Fuimos tan despacio como creíamos que debíamos ir.
Dimos pasos lentos que a la vez ya no podíamos contener.
Era una lucha entre tu lengua y la mía.
Nos enredamos en nuestros brazos y continuamos sin lograr detenernos.
Mis piernas se enroscaban en tu cuerpo,
mientras tus manos descubrían aventuras por mi cabello,
de vez en cuando sentía tus dedos fuertes contra mi piel,
y me arqueaba de placer de sentirte tan cerca.
No era solo la alegría de poder estar tan juntos,
sino de traspasar las palabras, las promesas, los sueños,
y hacerlos tangibles entre tu cuerpo y el mío.
Poder unir tanto amor,
y crear con nuestras manos lo que sentíamos.
Era el éxtasis mismo de colisionar nuestros destinos.
Y sudar por todo el camino que recorrimos.
Escucharnos con tanta claridad,
que era adictivo.
Sincronizar nuestros latidos bajo el mismo movimiento,
que convertíamos el amor en danza, en poesía.
Donde podíamos enloquecer sin aprehensiones,
y mostrar todo lo que somos.
Los monstruos y las luces,
lo oscuro y los contrastes.
Todo lo que crees que no está bien,
estará bien si estamos juntos.
Es algo totalmente celestial descargar todos los sentimientos
sobre nuestros cuerpos,
para romper todas las barreras, todas las dudas, todos los miedos.
Para dejarnos al descubierto, para desgarrar nuestros cuerpos
y destapar todo lo que llevamos dentro.
Ver nuestros reflejos y descubrir que estamos en el recóndito lugar del otro,
unidos.
Que no encajamos sólo en pensamientos o de corazón,
sino al interior nuestro.
Todo lo que era yo, eras tú también.
El lugar perfecto para sostenernos por siempre.
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