Me adentré en una relación, donde tenía que esperar que se enamorara de mi.
Cosa que nunca ocurrió.
Y cómo iba a ocurrir, si tenia que hacer que se enamorará.
En vez de que fuese algo natural e instantáneo, algo que formase parte de él con solo mirarme,
algo que naciera del fondo de su alma para llenarlo por completo.
No algo que se haya construido para ser amado, sino algo en su misma esencia.
Que se ama porque se respira.
Tenia que ir día a día apilando piedras y maderas para construir una casa de confianza,
para que pudiera verla y lograr que confiara en mi.
Pero cómo, si no ve quién soy desde el primer momento, cómo esperé que lo viera después?
No creyó en mi amor, y me derrumbé.
Como si no fuese posible ni creer en mi, nunca más. En absoluto.
Me pisoteé a mi misma de regalo, y me cansé.
Me cansé y deje de amargarme por lo que no fue.
Y salí, salí a respirar, a encontrarme en las risas de mis amigos, de mi familia, de la vida, de la gente. De la gratitud. y comprendí que valía.
Que estaba aquí. Que existía. Que alguien me veía y me respondía.
Que valía la pena quererme. Que se podía confiar en mi. Que podía creer en mi.
¡Oh Dios! ¡Volví a respirar!
Me encuentro existiendo en el mundo, entre la gente y la vida.
Y estoy feliz, tan feliz de haberme escapado de la tortura de no ser suficiente,
de acostarme cada día tratando de ser mejor.
Su única culpa es no poder ver lo única que soy,
y mi culpa es haber insistido en que lo viese.
Pero de todo se aprende.
Ya sé que no debo hacer esfuerzos para que alguien me ame.
Y que debo amarme a mi misma ante todas las cosas.
Porque al final del día la que tiene que ir a dormirse feliz, soy yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario