El que con fuego juega,
tarde o temprano se quema...
Pero, ¿qué otra opción me queda?
Huir, darle la espalda
o quedarme y disfrutar.
Porque ésta, la ultima estocada será.
Sé que me espera tanto dulce como amarga,
pero me plago bajo suplicas
porque quiero volver a respirar,
y así conseguir vivir sin necesidad,
y no poseer aquel viejo vacío espiritual.
Y aunque sé que cura, también daña.
¡Es toda una infamia!
Pero aquí estoy, ávida de su complicidad.
De cada pared que toca,
de cada pensamiento que derrumba
para transformarme a su semejanza.
Estoy corriendo el riesgo de convertirme en cenizas,
en donde sin retorno los pasajes van,
porque nada a lo que aferrarme existirá.
Pero seguiré jugando aunque pierda,
estas son las migajas que mi piel anhela,
que me corroen bajo la memoria,
que a mi cabeza estimula y estremece sin piedad alguna.
Necesidad.
El fuego deja estelas de crueldad,
pero no posee noción alguna de su afán
que me amansa, me aterra
y sucumbo ante su majestad.
Me dejo torturar,
para que a mi cabeza termine por decapitar,
y a mis sentimientos, asfixiar.
Esta vez escojo dejarme abrasar,
como a una pequeña sin tenacidad.
Aplastada y arrollada bajo su refrán
que me destroza al pasar,
y que sin conciencia me va a legar.
A merced de sus palabras, y su sexualidad
de la sonrisa misericordiosa que me va asesinar,
de la ternura que me hace temblar,
del néctar dulce, tortuoso de su mirar,
de su labia que juzgan sin piedad,
a mí me van a esclavizar, atándome a su voluntad.
De su fuerza sobre mi alma, mi mente y entidad.
Me dejaré incendiar.
Perderme, para obtener un poco de felicidad.
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