Piedras.

No debo dejar que mi camino se entorpezca
Por las piedras puestas en ella.
Y sin importar el tamaño que sean,
No sería oportuno caer en este santiamén de la cruzada,
En donde vislumbro la cumbre tras un par más
De caminadas,
Las cuales terminaran con esta tortura siniestra
Colmada de una posible locura eterna.
En donde los pensamientos me opacan,
Llevándome al abismo de las tinieblas,
que hace inexistente la posibilidad
De realizar mi ilusión en esta estratagema.

Necesito seguir campante y confiada,
De lo que me espera en la otra ribera.
Y no abatirme por tal piedra,
Que con su sinceridad etérea,
Es traída con una finalidad en esta reyerta.
Y no desaparecerá por mi fragilidad,
Ni por todas las lágrimas derramadas,
Menos por mis dolorosas suplicas,
Los gritos de injusticia,
O por mi insatisfecha clausura.

Que son las que me han hecho crecer con la idea,
de que la vida no es tal obviedad.
Y comprendo que jamás será ejecutada según nuestro ideal.

Sólo paciencia,
Me repito en cada cuesta,
Sobre todo tras una resbalada
que me hace incapaz de ir firme por la marcha.

Y no es por mi falta de seguridad,
O convicción en ella.
Sino que la senda que ha sido preferida,
Por mi terquería,
Y la utopía de un final perseguido por mi ideal de vida,
A momentos, parece ser insuficiente para la sabiduría,
Y para mi misma.
Aunque no quiero ser engañada
por lo que se ve, por lo que ven; sino ser guiada
por lo que siento en mis corazonadas.
Que están inundadas de esperanzas,
Y ecos del alma que me susurran que tal final,
No está.
Que es otro, el que nos aguarda.

Quiero creer que lo que me ha hecho anhelar,
Es tan único como cuando sentí estar
en la médula de su esencia,
que con el rozar de nuestras palmas,
auguró tras la electricidad
una familiaridad en nosotros en que había previas y mañanas,
provenidas del remoto deslinde de los cometas.